Teología en América Latina Introducción general Volumen III

El siglo de las teologías latinoamericanistas(1899-2001)
Josep Ignasi Saranyana (dir.)
El volumen tercero de nuestra Teología en América Latina, que se adelanta al segundo, abarca todo el siglo XX. Cubre el arco cronológico que va desde 1899, en que tuvo lugar en Roma el Concilio Plenario Latinoamericano, hasta el 2001, en que se celebró la reunión plenaria de la Pontificia Comisión para América Latina, para reflexionar sobre la exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in America. Hemos dejado el segundo volumen para un momento posterior, en el que trataremos el último siglo colonial (el del regalismo borbónico) y los primeros lustros de las repúblicas independientes (en el caso de Brasil, el período imperial y los primeros pasos republicanos).
La buena acogida que la crítica ha dispensado al primer volumen (Desde los orígenes de la evangelización a la Guerra de Sucesión española), publicado en mayo de 1999, nos ha animado a proseguir nuestro trabajo con ilusión y empeño, a sabiendas de que la tarea iba a ser más complicada,por la diversificación temática y bibliográfica (en el caso del siglo XX) y por la escasez de fuentes editadas (en el segundo volumen, todavía en preparación).
Aprovecho para agradecer aquí el buen número de reseñas bibliográficas que ha merecido el tomo primero, y las indicaciones de todo orden recibidas.

1. ESTRUCTURA DEL VOLUMEN III Y SUS PRESUPUESTOS

El volumen tercero se divide en dos partes: la historia institucional,desde la perspectiva teológica, y la historia de las doctrinas. Los dos primeros capítulos configuran la historia institucional. Primero el mundo católico, de amplias y profundas raíces, y después la presencia protestante,más reciente y de menor influjo. El resto de la obra es historia de las ideas..Los capítulos III-VI estudian la teología católica en América Latina. El VII trata la teología protestante, sobre todo desde 1960. El VIII presenta las principales corrientes latinoamericanas, tanto católicas como protestantes,que han reflexionado sobre la mujer en la historia de la salvación. El IX capítulo y último, el más largo de todos, analiza las principales revistas teológicas latinoamericanas (principalmente las católicas, aunque también las protestantes), sobre todo aquellas que se han centrado en la discusión científica (tanto sistemática como histórica). Las revistas de orientación pastoral y de alta divulgación, si bien se relacionan (al menos las más significativas e influyentes), no han sido estudiadas con detenimiento.
Esta estructura presupone que la reflexión teológica se produce en el interior de la Iglesia, es decir, en el seno de la institución, en donde también anidan y se desarrollan todos los carismas, porque el Espíritu Santo santifica continuamente a la Iglesia y, al habitar en ella y en los corazonesde los creyentes como en un templo, la conduce a la verdad total y la une en la comunión y el servicio (Lumen gentium, 4). Análogamente se podría argumentar con relación a la Comunión anglicana y a las Comunidades eclesiales nacidas de la Reforma, en las que están presentes tantos «elementos de santificación y de verdad», como reconoció el decreto Unitatis redintegratio del Vaticano II (nn. 19-23) y ha recordado la encíclica Ut unum sint (nn. 11-14). Expuesta la vida institucional, desde la perspectiva teológica y no sólo histórica, y debidamente establecido el marco, podía pasarse a la exposición de las diversas síntesis teológicas.
Hemos considerado que la teología es la ciencia que estudia, a la luz de la Revelación, cuanto Dios ha dicho de sí mismo y cuanto ha hecho (los ángeles, el hombre y el mundo); y que, desde la misma perspectiva, la teología analiza el obrar humano en el tiempo, que es la historia, en la cual se encuentran el hombre y Dios. En consecuencia, tal especulación se lleva acabo en una atmósfera creyente, es decir, en el interior de la fe. Nada obsta,sin embargo, para que la teología se entienda y se relacione con las demás ciencias y dialogue con ellas; y nada impide que esté abierta y atenta a los anhelos, angustias y problemas de cada época. En todo caso, porser una reflexión que brota de la misma vida de la Iglesia, la especulación teológica camina también, al menos en sus grandes líneas, conducida por el Espíritu. En este contexto, la guía del magisterio, particularmente del magisterio pontificio, resulta capital, según la promesa de Cristo a Pedro:«Yo he rogado por ti para que tu fe no desfallezca, y tú, una vez convertido,confirma a tus hermanos» (Lc. 22, 32).

2. LA VIDA ECLESIÁSTICA EN AMÉRICA LATINA DURANTE EL SIGLO XX

Vayamos ya a los hechos. Una vez asentadas las repúblicas surgidasde la emancipación colonial, comenzó la lenta recuperación de la vida católica latinoamericana. Esto es perceptible sobre todo en el tramo final del pontificado de León XIII. En efecto; los intentos de restablecer la jerarquía eclesiástica, reinstaurar los seminarios, relanzar las misiones a cargo de las órdenes religiosas y reanudar las relaciones con las nuevas administraciones civiles nacidas del nuevo orden político, habían resultado poco exitosos a lo largo el siglo XIX, tan agitado por las luchas intestinas entre liberales y conservadores, los fuegos revolucionarios que rebrotaban aquí y allí,las pretensiones de la corona española, que la Santa Sede no podía desoír por completo, y los graves asuntos europeos de compleja solución. El panorama cambió de signo, aunque no bruscamente, en 1878. Al fallecer Pío IX, León XIII tomó las riendas de la Iglesia, con la propuesta de una «nueva evangelización», tendiendo puentes a los novedosos aires políticos,económicos y culturales que se imponían. De este modo, se aceleró el tiempo de la Iglesia. Todo esto es muy sabido, y no es preciso explayarse en ello.
Para desarrollar su programa pastoral, León XIII echó mano de la experiencia sinodal de la Iglesia. A partir del III Concilio Plenario de Baltimore (1884), impulsó la convocatoria de concilios provinciales en la América hispana, que se celebraron en la década de los noventa. De este modo se preparó la celebración del Concilio Plenario Latinoamericano, que, llevado a cabo en Roma en 1899, supuso un retorno a la normalidad eclesial en América Latina y, desde el punto de vista político-religioso, la toma de conciencia de que América Latina constituía una unidad. Los católicos latinoamericanos, desde Río Grande (Río Bravo) hasta la Tierra del Fuego, comprendieron que debían comunicarse más entre sí, pues en su unión residía su principal fuerza.
El Plenario Latinoamericano constituye el límite a quo de este tercer volumen. El límite ad quem es el fin de siglo, que hemos situado en la plenaria de la Pontificia Comisión para América Latina, reunida en Roma en 2001, para estudiar la exhortación postsinodal Ecclesia in America.
A lo largo de estos cien años han ocurrido muchas cosas en América Latina, que convenía sistematizar. La vida católica latinoamericana puede dividirse —en mi opinión— en cuatro etapas: de 1899 a 1939; de 1939 a1962; de 1962 a 1979; y de 1979 a nuestros días. La misión protestante,en tres: hasta 1939; de 1945 a 1979; y desde esa fecha a nuestros días. Al hilo de los acontecimientos de esos años, procuraré dar somera noticia del desarrollo de la ciencia teológica, objeto principal de nuestra investigación.

a) De finales del XIX a la Segunda Guerra Mundial

El episcopado latinoamericano intentó con esfuerzo aplicar las conclusiones del Plenario, pero los resultados fueron más bien escasos. El principal fruto de Plenario, aparte de avivar la conciencia «latinoamericanista» de los católicos, llegó por un flanco inesperado. El Plenario aceleró el movimiento codificador, que culminó con el Codex Iuris Canonici pío benedictino.
Varios protagonistas romanos del Plenario estuvieron presentes y fueron activos redactores de la codificación de 1917, y, quizá por ello, bastantes disposiciones del Latinoamericano pasaron a los cánones de1917, como se advierte consultando las Codicis Iuris Canonici Fontes editadas por Pietro Gasparri. De esta forma, el influjo del Plenario se multiplicó, de manera indirecta e inesperada, a través del Codex.
Los años posteriores a la promulgación del Codex estuvieron determinados por los tres grandes ideales de Pío XI: la expansión de la Acción Católica, que sería el objetivo principal de su pontificado, desde su primera encíclica en 1922, titulada Ubi arcano; el fomento de la devoción a Cristo Rey, que dio lugar a la Quas primas, de 1925, una de las encíclicas más influyentes de aquellos años; y el aumento de las vocaciones sacerdotales y de los efectivos clericales en los países de misión.
Contemporáneamente a la expansión de la Acción Católica en Latinoamérica, comenzó a sentirse, principalmente en Argentina y Brasil, el influjo de Jacques Maritain. Más tarde su influencia se advertirá tambiénen Chile, Venezuela, Uruguay y en otras repúblicas. Sin embargo, al principio sólo sería aceptado el «Maritain metafísico», siendo silenciado el «Maritain político». Humanismo integral1, en efecto, fue muy discutido al principio; fue silenciado por los católicos más tradicionalistas, mientras era leído con fruición por los círculos católicos más progresistas. Finalmente, después de la Segunda Guerra Mundial, acabaría imponiéndose, cuando cundió la Democracia cristiana en tantas naciones sudamericanas, quizá por el influjo de notables personalidades europeas (como Luigi Sturzo, Alcides de Gasperi y Konrad Adenauer)2 México se mantenía al margen de tales corrientes, a pesar del importante auge de la Acción Católica mexicana. La persecución religiosa a que fue sometida la Iglesia por parte de la Revolución, desde 1926 hasta finales de los treinta e incluso después, no dejaba espacio para muchas especulaciones.
La teología del Reinado de Cristo inspiró todos los movimientos católicos, algunos verdaderamente masivos, como el Congreso Eucarístico Internacional de Buenos Aires, de 1934, y las reflexiones de numerosos teólogos latinoamericanos, especialmente en el Cono Sur. Sus repercusiones devocionales fueron notables. La construcción del Sagrado Corazón en el Corcovado constituye una muestra notable. Pero también fomentó la reflexión teológica a nivel de gabinete3. A esto habría que sumar el interésde Pío XI por dignificar y promover la investigación de las ciencias sagradas,cuyo resultado fue la creación de centros teológicos superiores ya en la década de los treinta.
En efecto, la ciencia teológica católica, impulsada por las medidas adoptadas por Pío XI, inició un importante despegue a partir de 1931, fecha en que se promulgó la constitución apostólica Deus scientiarum Dominus. Desde 1935 asistimos a la fundación de Facultades de Teología y centros superiores de ciencias sagradas en Chile, Perú, Colombia, Brasil y Argentina. Comienzan también las primeras revistas teológicas especializadas (Chile, Argentina y Brasil). Las publicaciones teológicas se muestran tributarias del ambiente neoescolástico, dominante en la mayoría de los ateneos romanos, pero con una notable sensibilidad por los temas sociales y políticos de la época y, sobre todo en Chile, con una cierta apertura a cuestiones todavía novedosas en Europa, sólo cultivadas en centros alemanes y franceses. Estamos todavía muy a los inicios de la teología latinoamericana moderna; los viajes de clérigos latinoamericanos a Europa, para formarse en universidades centroeuropeas, y no sólo en los ateneos romanos, no comenzarían hasta después de la Segunda Guerra Mundial.
Pío XI fomentó así mismo las misiones. Sus recomendaciones para el trasvase de clero secular a Sudamérica fueron tomadas muy en cuenta, como también sus advertencias para que los clérigos trasplantados se aclimatasen a sus nuevas diócesis, aparcando aires nacionalistas. La misión no debía confundirse con una nueva colonización. (Las experiencias nacionalistas de las Iglesias protestantes nacidas de las migraciones, que tantos problemas habían causado y causarían a los países recipientarios, sobre todo en los años inmediatos a la Segunda Guerra Mundial y durante ésta, debieron de pesar en el ánimo del Pontífice).
Entre tanto, se hacía sentir la expansión de la misión protestante, obtenida ya la libertad religiosa (o, al menos, una amplia tolerancia) por parte de muchos gobiernos republicanos. No obstante, el mundo protestante buscaba su asentamiento y sus señas de identidad. En 1916 tuvo lugar el importante Congreso de Panamá, al que concede mucha significación el protestantismo de cuño anglosajón. En Panamá se decidió que la razón principal de la depauperación de las grandes multitudes era la carencia educacional y se apostó por canalizar la misión por la vía de la educación.
Contemporáneamente, las Iglesias protestantes de fundación europea mantenían un tenso debate interno sobre sus relaciones con las Iglesias madres o su ruptura con ellas, para alcanzar, en este caso, una mayor inculturaciónen el mundo latinoamericano; debate que, en las latitudes cariocas, habría de durar todavía hasta la unificación de los cuatro sínodos brasileños luteranos, en 1968. El Sínodo Evangélico Alemán de La Plata, en Argentina, y el Sínodo Evangélico Alemán de Chile, fundados respectivamente a finales del siglo XIX y en 1906, padecen todavía hoy considerables dificultades, a causa de su eclesiología, que integra la mentalidad alemana con el protestantismo.

b) El ciclo de los concilios plenarios nacionales, la fundación del CELAM y el Vaticano II

Entre 1939 y 1955, la Santa Sede impulsó la celebración de tres importantes concilios plenarios: el de Brasil, en 1939, que había sido solicitado por vez primera a comienzos de la segunda década y siempre había sido denegado; el de Chile, en 1946; y, después de varios aplazamientos, el de Argentina, en 1953. Pío XII apoyó tales iniciativas, al amparo de las disposiciones del Codex de 1917. Su antecesor Pío XI se había mantenido reticente al movimiento sinodal sudamericano, temeroso quizá de que cundiera cierto nacionalismo religioso, por contagio con los nacionalismos políticos europeos de entreguerras. Es posible, además, que Eugenio Pacelli se convenciera, durante su viaje de 1934, como legado pontificio a Argentina y Brasil, del espíritu verdaderamente romano del catolicismo americano,y de que el riesgo de un nacionalismo religioso era muy remoto.
Los concilios plenarios resultaron, en la práctica, menos operativos de lo previsto. Quizá por ello, y esta vez por iniciativa de la Santa Sede, tuvo lugar, en 1955, la primera Conferencia General del Episcopado Latinoamericano. En el documento conclusivo, los obispos reunidos en Río solicitaron (por insinuación del delegado pontificio en la Conferencia) que se constituyera un Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), que se establecería finalmente en Bogotá. El Congreso Eucarístico fluminense, clausurado pocos días antes de la Conferencia, resultó, como su precedente porteño, una muestra imponente de catolicismo militante, con manifestaciones masivas de devoción eucarística. Este clima cambiaría por completo en el siguiente Congreso Eucarístico Internacional, celebrado en Bogotá en 1968. También en Río, y con ocasión de los dos acontecimientos que acabo de reseñar, tuvo lugar una grandiosa concentración de las Juventudes Obreras Católicas (JOC), rama especializada de la Acción Católica, de gran implantación en América, desde finales de los años treinta.
Las JOC, como toda la Acción Católica en general, concebidas como «una participación de los seglares en el apostolado jerárquico de la Iglesia», según la definición que había acuñado Pío XI, adolecían de una excesiva «clericalización», ante la cual habrían de levantarse algunas protestas en años sucesivos, que provocarían dolorosas rupturas.
Fueron aquellos años de notable esplendor de la teología francesa, conocida como «nouvelle théologie», abocada a la pastoral obrera y al diálogo con el marxismo y el existencialismo, y ávida por asumir las novedades metodológicas y conclusivas de las «nuevas humanidades» (principalmente la psicología social, la sociología y la economía política). En esos lustros, se despertó también una mayor sensibilidad de las iglesias europeas por las necesidades pastorales latinoamericanas y abundaron las oportunidades para estudiar en Europa. Un número considerable de clérigos, tanto regulares como seculares, y muchos militantes latinoamericanos de la Acción Católica cruzaron el Atlántico para inscribirse en la Universidad de Lovaina,en los Institutos Católicos de París y de Lyon y, en menor número, en algunas universidades germanas, sobre todo, en Innsbruck (particularmente los jesuitas), Múnich y Münster. El flujo de jóvenes intelectuales sudamericanos a Europa, para estudiar ciencias sagradas y humanidades, se acentuó, si cabe, en la década de los sesenta, durante el Vaticano II y en los años inmediatamente posteriores. Lentamente, pero de forma inexorable, al paso que regresaban los jóvenes intelectuales formados en Europa, cambiaron los aires en los centros teológicos sudamericanos, tanto en los ya existentes antes de la Guerra Mundial, como en los que en la década de los cuarentay cincuenta se fundaron, que fueron muchos.
En 1962 se produjo el acontecimiento religioso decisivo: la apertura del Concilio Vaticano II, cuyas constituciones y decretos relegaron al olvido los frutos de los tres plenarios latinoamericanos e, incluso, las conclusiones de la primera Conferencia General de Río.
Mientras, las denominaciones protestantes tradicionales reagrupaban fuerzas, después de la derrota de las potencias del eje, a las que habían estado ligadas por vínculos de filiación. Un caso paradigmático fue la unificación de los cuatro sínodos luteranos brasileños (fundados en 1886, 1905, 1911 y 1912), que se unieron, en 1968, en la Igreja Evangélica do Confissão Luterana no Brasil. Al mismo tiempo, expulsados de Asia por la invasión japonesa y la guerra civil china; y de Asia, Oceanía y África por los nacionalismos que siguieron a las guerras de descolonización, América Central y del Sur contemplaron el desembarco de un contingente importante de misioneros, sobre todo norteamericanos, que se aprestaron a fundar Iglesias protestantes de nuevo cuño o a impulsar las ya existentes.
Procuraron, en especial, promover el Movimiento evangélico, que se había separado del metodismo. Entre los evangélicos adquirió poco a poco un relieve notable el pentecostalismo.
En el ínterin se había producido un evento determinante para la historia política, social y religiosa de América Latina: Fidel Castro había ganado la guerra a Fulgencio Batista, entrando triunfalmente en La Habana el 9 de enero de 1959.

c) Del Vaticano II a la Conferencia General de Puebla

Como ya se ha dicho, el Concilio Ecuménico ha sido el hecho religioso y teológico más importante del pasado siglo, y lo será también del venidero, en la medida en que asumamos el proyecto pastoral de Juan Pablo II. En su carta apostólica Novo millenio ineunte, de 6 de enero de 2000, el Papa señala que está pendiente la plena recepción del Vaticano II.
Aunque se han dado pasos muy importantes (reforma litúrgica, adecuación de la catequesis, nueva codificación canónica, renovación teológica de los centros superiores de estudios, internacionalización de la curia romana, etc.), queda todavía mucho trecho que recorrer.
Latinoamérica no podía permanecer al margen de la recepción del Concilio. La «Revista Eclesiástica Brasileira», entonces dirigida por Boaventura Kloppenburg, realizó una tarea brillante de difusión del hecho conciliar. La respuesta del público fue muy positiva, alcanzando la revista unas tiradas imprevisibles hasta entonces y nunca más recuperadas.
Durante los tres años que duró el Vaticano II, los padres conciliares latinoamericanos aprovecharon para tener, en Roma, varias reuniones del CELAM y solicitar a la Santa Sede la convocatoria de la segunda Conferencia General del Episcopado de América Latina, donde reflexionar sobre los documentos conciliares y cómo aplicarlos al Nuevo Continente.
El obispo de Talca (Chile), Mons. Manuel Larráin Errázuriz, secretario del CELAM y elegido su tercer presidente, fallecido prematuramente en accidente de automóvil a mediados de 1966, trazó los preparativos de la Conferencia de Medellín, inaugurada solemnemente por Pablo VI en agosto de 1968.
Durante el Concilio, la situación política de las repúblicas latinoamericanas se había endurecido, con una fuerte intromisión del régimen político cubano, por una parte (Ernesto Che Guevara caería en combate,en 1967, en Bolivia), y de los EE. UU., por otra, evidentemente por motivos contrapuestos4. Poco a poco, desde 1964, se sucedieron los golpes de Estado y los militares ocuparon el poder en diferentes lugares, suspendiendo las garantías constitucionales5. En muchas latitudes estallarían guerras civiles, declaradas o encubiertas, que durarían, en algunos casos, varios lustros.
A la vista de las circunstancias, algunos clérigos regresados de Europa emprendieron la lucha armada, a la que se sumarían sacerdotes europeos y norteamericanos enviados a América Latina como agentes de pastoral. Para muchos, la injusticia social generalizada legitimaba el recurso a las armas, que, de este modo, contribuía al advenimiento del reino de Cristo. A primeros de 1966 murió en combate el presbítero Camilo Torres Restrepo, de familia burguesa colombiana, que había realizado estudios de sociología en Lovaina. Esta actitud podría calificarse como uso de la política para alcanzar objetivos teológicos.
Una sesgada recepción de la encíclica Populorum progressio, de 1967,se sumó a los argumentos de los teólogos violentos, justificando las mayores radicalidades. Las palabras de Pablo VI en Bogotá, durante la celebración del Congreso Eucarístico Internacional de 1968 (sobre todo su célebre discurso a los campesinos), y en la posterior apertura de la Conferencia de Medellín, de nada sirvieron para aplacar los ánimos. En poco tiempo se constituyeron diferentes grupos sacerdotales con planteamientos críticos y polémicos en relación a la vida religiosa corriente, las actuaciones de la jerarquía y las disposiciones romanas: Movimiento Sacerdotal ONIS, en Perú; Golconda, en Colombia; «los 200» sacerdotes chilenos, que después darían lugar a Cristianos por el Socialismo, también en Chile (no exclusivamente clerical); Sacerdotes del Tercer Mundo, en Argentina; etc. El apoyo de Fidel Castro a algunos de estos grupos (por ejemplo, a Cristianos por el Socialismo) sería el uso de lo religioso con finalidad política.
Se había iniciado un ciclo de larga duración, el de las teologías latinoamericanistas: TL, teología de los hispanos estadounidenses, teología feminista, teología mujerista, ecofeminismo; teología del pueblo; teología indigenista o india, etc. Muchas de esas corrientes se presentaban en un tono tan beligerante y polémico, que resultaba muy difícil un diálogo sereno y académico, más, si cabe, por las difíciles circunstancias políticas del momento, y, quizá también, por una mala comprensión de los propósitos o conclusiones de algunos de los análisis teológicos ofertados. En todo caso, la TL (por lo menos sus cultores más serios) planteaba un problema importante: en qué sentido la vida de acá, es decir, la contribución al desarrollo de la historia humana y a su progreso; en definitiva, la lucha por mejorar las condiciones de los más desfavorecidos, tiene que ver con el advenimiento del reino. Gaudium et spes había despertado tal inquietud. Y, no conviene olvidarlo, esta constitución había sido redactada, en sus primeras formulaciones, por teólogos del ámbito francófono, principalmente belga. Era presumible la sintonía de los alumnos latinoamericanos formados en Europa, sobre todo en Bélgica y Francia, con los planteamientos de fondo de Gaudium et spes. Además, la teología política elaborada en Münster ofrecía las justificaciones teóricas oportunas.
La dialéctica provocada por el clima prerrevolucionario y fuertemente reivindicativo (no necesariamente marxista, aunque lo fue muchas veces) constituía el caldo de cultivo oportuno. Los elementos estaban reunidos, se había alcanzado la masa crítica y el detonante fue introducido.
Es indiscutible que la corriente teológica más importante del momento fue la TL, aunque este sintagma no debe emplearse unívocamente.
Sus creadores (los católicos Gustavo Gutiérrez, Ignacio Ellacuría y Leonardo Boff, y los protestantes Rubem Alves, José Míguez Bonino y Julio Santa Ana, por citar sólo los más destacados) publicaron sus primeros trabajos programáticos entre 1969 y 1972, a las que siguió una verdadera floración de monografías y artículos en revistas científicas de nueva fundación.
De tales corrientes latinoamericanistas, católicas y protestantes, damos noticia amplia en este tercer volumen. Entre los acontecimientos teológicos más notables del período debe reseñarse la celebración del Primer Encuentro Latinoamericano de Teología, tenido en la Ciudad de México, en 1975, en el que intervinieron muchos especialistas de la primera generación de la TL.
La reunión se convocó con el pretexto de celebrar el centenario de Bartolomé de las Casas y para reflexionar sobre Medellín y la recepción del Vaticano II. En México se discutió sobre el método de la Teología en América Latina, se tematizó expresamente la cuestión de los pobres como lugar teológico (avanzando la importante discusión epistemológica, y no sólo metodológica, que esta opción supondría)6, y se trató la relación entre historia, reino e Iglesia, que pocas semanas más tarde el mismo Ellacuría,que ya había estado presente en México, elevaría a cuestión científica de gran calado, en su colaboración para la Festschrift en honor de Karl Rahner.
En el Encuentro de México participó Enrique D. Dussel, un laico argentino, filósofo de profesión, que se había especializado en París en Historia de la Iglesia. En 1973 había fundado la Comisión de Estudios de.Historia de la Iglesia en América Latina (CEHILA), anejo al CELAM, del cual se separó, por divergencias con la directiva de éste, a finales de ese mismo año. CEHILA impulsaría a lo largo de dos décadas una importante iniciativa: la Historia General de la Iglesia en América Latina, cuyo primer tomo saldría a la luz, rodeado de una gran polémica, en 1981. Importa aquí destacar el carácter teológico que CEHILA imprimió a su proyecto: la Historia de la Teología entendida casi como una Teología de la Historia. Es comprensible, por tanto, la sintonía que se estableció entre CEHILA y laTL, que se había planteado desde primera hora las relaciones entre historia y teología. Los volúmenes de la Historia General son desiguales y no todos responden al mismo patrón, porque Dussel concedió cierta autonomía a los directores de cada uno de ellos, aunque procuró que los responsables de los tomos comulgasen con el fondo ideológico. De todos ellos, el volumen más representativo, sin duda ninguna, es el volumen preliminar (tomo I/1) redactado por Dussel en persona, y publicado en 1983.
Dos años después del Encuentro mexicano, en 1977, aparecería una de las obras teológicas más polémicas del momento: Eclesiogênese. As comunidades eclesiais de base reinventam a Igreja. En este opúsculo, de 114 páginas, Leonardo Boff afrontaba el fenómeno de las comunidades de base brasileñas (CEBs) como un fenómeno eclesial de gran envergadura: como un intento de sustraerse al anonimato eclesial en que se desenvolvían las personas más sencillas, es decir, los laicos. Tales CEBs habrían surgido por la escasez de clero y fomentadas por el mismo clero; pero representarían un movimiento específicamente laical. Se trataría no tanto de una expansión del sistema eclesiástico vigente, asentado sobre el eje sacramental-clerical, sino de la emergencia de otra forma de ser Iglesia, asentada sobre el eje de la Palabra y del laicado. Boff sugería que quizá se estuviese en presencia de un vasto movimiento, que supondría un nuevo tipo de presencia institucional del cristianismo en el mundo. No era la primera vez que se reflexionaba teológicamente sobre las CEBs, pues existía, desde 1967, una abundante bibliografía al respecto; pero sí era la primera vez que un teólogo reconocido situaba las CEBs en un contexto eclesiológico revolucionario. Lógicamente, la obra provocó una fuerte reacción, que llegaría a su culmen cuando el mismo Boff dio a la luz su Igreja: carisma e poder, en 1981. (Es fácil, aunque quizá un tanto simplista, relacionar las tesis de Boff, minorita él mismo, con las propuestas de los fraticelos de finales del siglo XIII y primeros del XIV, que tuvieron que habérselas con las censuras de Juan XXII.) Boff se hacía eco, en su libro Eclesiogênese, de otro problema que había sacudido fuertemente el mundo latinoamericano desde 1965: la polémica «evangelización vs sacramentalización». Esta discusión había sido importada de Europa por los liturgistas barceloneses del Centro de Pastoral Litúrgica que colaboraron, en los primeros años, con el Instituto de Liturgia y Pastoral del CELAM, con sede en Medellín. El debate versaba, en definitiva, sobre la constitución de la Iglesia in terris (que algunos pretendían equiparar a la Iglesia in Patria, que será sin signos ni figuras), y suponía una depreciación de los sacramentos instituidos por Cristo. Es evidente que la discusión continuaba viva en 1977, aun después de la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, de 1975. Y los ecos de tal polémica no se habían apagado todavía, al cabo de veinte años: para algunos la insistencia de los Papas en promover las vocaciones sacerdotales, presentando al sacerdote como dispensador de los sacramentos, particularmente de la Eucaristía y del perdón, constituye una clericalización intolerable, que habría que superar7.
Fueron tiempos aquellos de utopías generosas, pero también de violencias difíciles de justificar, de pasiones desatadas y, sobre todo, de una producción teológica en ebullición, que se desbordó alcanzando a otros ámbitos culturales, como la literatura (novela, teatro y poesía), el cine (festivales de Viña del Mar, desde 1967, y, cuando fue clausurado, de La Habana, desde 1979) y la música. En 1975 se estrenó en la comunidad de Solentiname (en el Gran Lago de Nicaragua), promovida por el sacerdote y poeta Ernesto Cardenal, la Misa campesina nicaragüense, compuesta por Carlos Mejía Godoy; y en 1980 se cantó por vez primera, en el funeral de Mons. Óscar Arnulfo Romero, la Misa popular salvadoreña.
Finalmente, Pablo VI tuvo el coraje de convocar la tercera Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, que inauguró su sucesor Juan Pablo II, a primeros de 1979. En Puebla las cosas se serenaron, al menos a nivel pastoral. No así, en cambio, en los gabinetes de los teólogos. A medida que se acercaba la celebración de la Conferencia de Puebla, la teología, tanto sistemática como pastoral, comenzó a interesarse por la religiosidad popular, con una extraordinaria floración de escritos en torno a este tema. Los argentinos, muy especialmente Lucio Gera, fieles a la tradición populista de aquellas hermosas tierras, habían optado por una «teología del pueblo». La Conferencia de Puebla respaldaría la religiosidad popular, no sólo justificando teológicamente las devociones populares, tan arraigadas en América Latina, sino considerándolas también (junto a los movimientos) como una defensa frente a la agresión proselitista de las sectas para protestantes.
En efecto, el protestantismo latinoamericano conocía, ya desde los años 50, el desembarco de dos nuevos fenómenos religiosos, de cuño norteamericano:la formación de las empresas religiosas multinacionales (financiadas en parte con la ayuda estatal de EE. UU.), y la proliferaciónde numerosas sectas, derivadas de las Iglesias históricas, pequeñas y hasta pequeñísimas, de carácter neopentecostal, que incidieron principalmenteen las clases medias latinoamericanas. También la teología protestante y evangélica se interesó por temas análogos a los de la teología católica.
Para oponerse a la labor de penetración del protestantismo norteamericano, financiado con caudales públicos o semipúblicos, los católicos norteamericanos y algunas diócesis europeas más ricas, idearon enviar a Latinoamérica importantes contingentes de misioneros (procedentes del Canadá, EE. UU. y de Centroeuropa). Para ello se precisaba una primera inmersión lingüística de los trasplantados y cierto conocimiento de las nuevas culturas con las cuales habrían de habérselas en el futuro. De este modo surgió en 1963, por iniciativa del entonces sacerdote austríaco Iván Illich, y con el apoyo del Cardenal de Nueva York, Francis Spellman, el Centro Intercultural de Documentación (CIDOC), que se estableció en Cuernavaca (México), al amparo de Mons. Sergio Méndez Arceo, obispo de aquella localidad y antes un historiador importante. La experiencia de CIDOC no se limitó, como se ha dicho, a una inmersión lingüística; en 1966 se transformó en una especie de«Universidad alternativa», por la que pasaron importantes especialistas de las ciencias de la educación (algunos marxistas), de la psicología profunda (algunos freudianos), de la sociología experimental norteamericana, etc. La experiencia se mantuvo hasta 1976, con unos resultados no siempre satisfactorios, como se podía prever por la extracción del profesorado y su orientación.

d) Desde Puebla a nuestros días

La III Conferencia General se celebró a comienzos de 1979. Fue inaugurada por Juan Pablo II, recién elegido pontífice, que realizó, con tal motivo, su primer viaje a América. Este viaje constituyó un verdadero baño de multitudes. Nunca se había visto nada igual.
Después, la década de los ochenta contempló la eclosión de la teología feminista (nunca bien vista, salvo excepciones) por los teólogos de la liberación; el paso de la teología feminista al ecofeminismo, por influencia de la hermenéutica existencial y la filosofía del género; las dos instrucciones pontificias sobre la TL (de 1984 y 1986); la reacción de los teólogos latinoamericanos ante las advertencias vaticanas; la proliferación de revistas teológicas de todo tipo (técnicas y de divulgación pastoral); las tres encíclicas sociales de Juan Pablo II (1981, 1987 y 1991); la caída del socialismo real; la desmembración de la Unión Soviética; el cambio de signo político en tantos países, entre ellos Nicaragua, etc. De los movimientos teológicos de los ochenta, el más radical ha sido, sin duda, la teología feminista,que, finalmente, ha derivado hacia una teología del género o ecofeminismo, en el que ser varón o mujer no depende tanto de la condición sexual, cuanto del rol que la sociedad atribuye a cada uno. En última instancia,y por ello se autodenomina ecofeminismo, se pretende volver a las religiones ancestrales, en las que la madre-tierra representa un papel fundamental, como origen de todo.
Y ya en la década de los noventa, hemos visto la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, celebrada en Santo Domingo, coincidiendo con la conmemoración del quinto centenario de la evangelización americana; la Asamblea especial del Sínodo de los Obispos para América, con la posterior exhortación pontificia Ecclesia in America; una cierta ralentización de la actividad del CELAM; y, como novedad, la teología india, en cuyo contexto puede situarse la beatificación del indio Juan Diego (1990), el vidente del Tepeyac, y su próxima canonización. Las guerrillas de Centroamérica se han calmado todas, incluida la más reticente, que era la de El Salvador.
En algún sentido se podría considerar que el ciclo de las grandes utopías se ha cerrado. El magisterio eclesiástico y la manualística ya han incorporado las intuiciones valiosas de tales teologías y se han desprendido de su ganga. Ya nadie se sorprende de que el pobre sea considerado sacramento de Cristo. Cualquier libro de texto acepta que Cristo fundó la Iglesia por fases. Todo profesor aventajado sabe apuntar las íntimas y sutiles relaciones que existen entre el quehacer humano intrahistórico y el.advenimiento del Reino. La «gran aventura mística» de las teologías latinoamericanistas (tan diversas entre sí) parece tocar a su fin.
Pero aparecen nuevos retos. La teología tiene ahora que vérselas con algunas asignaturas pendientes. Valgan algunos ejemplos: la condición teológica de la secularidad; importantes cuestiones sacramentológicas (como la naturaleza teológica del carácter sacramental, las relaciones entre el carisma del celibato y el carisma sacerdotal, la naturaleza teológica del diaconado, las razones teológicas de la incompatibilidad entre la condición femenina y la ordenación sacerdotal); algunos temas eclesiológicos de envergadura (las relaciones entre Jesús, el Reino y la Iglesia, las relaciones entre iglesias locales e Iglesia universal, la potestad extraterritorial de los patriarcas orientales); la teología de la mujer; la teología de las religiones; la globalización y el neoliberalismo radical; la teología de la tierra o ecología; la manipulación biogenética de la especie humana; y muchos más, que sería demasiado largo referir.
***Todavía unas alegaciones para justificar el título del volumen: El siglo de las teologías latinoamericanistas (1899-2001). Esta noción se refiere a las teologías adjetivas, con pretensiones de latinoamericanidad, es decir, situadas en el espacio cultural y geográfico de este Subcontinente; surgidas particularmente a partir de los años sesenta, aunque preparadas antes. Todas las TL (y las TI) son latinoamericanistas, no sólo por su carácter más o menos confrontativo, sino, sobre todo, por pretender una teología elaborada en y desde América Latina. En cambio, no todas las teologías latinoamericanistas son TL o TI. Por ello, para evitar confusiones, las TL y las TI surgidas en otros continentes han recibido nombres propios específicos.
***Llega a su fin la introducción general, en la que he pretendido ofrecer una panorámica del siglo XX latinoamericano, a la luz de las discusiones teológicas. Sólo me resta dejar en manos del lector esta obra, que pretende ser de referencia, coordinada con inteligencia y eficacia por la Dra. Carmen José Alejos Grau. Ojalá este texto pueda resultar orientador en el complejo siglo recién terminado, uno de los más ricos, desde el punto de vista teológico, de la ya bimilenaria historia de la Iglesia.

1
Maritain impartió un ciclo de conferencias en la Universidad Menéndez Pelayo de Santander, en 1934, publicadas, con ligeras ampliaciones, en 1936, con el título: Humanismo integral. Problemas temporales y espirituales de una nueva cristiandad. Brevemente, y según Juan Manuel Burgos, uno de los especialistas maritenianos de mayor crédito,«Maritain quiso construir un nuevo proyecto de acción política y social para los cristianosdel siglo XX que rompiera de una vez por todas con el paradigma de la Cristiandad Medieval, como modelo […] de unión entre cristianismo y sociedad». Jacques Maritain(1882-1973), nacido protestante, se había convertido al catolicismo en 1906, junto con su esposa Raïssa.
2
Paradójicamente, Maritain siempre fue contrario a la unidad política de los católicos en un partido.
3
La teología del reino, desarrollada al hilo de la Quas primas, ¿acaso no influiría enlas posteriores reflexiones de la TL acerca de las relaciones entre el reino, la Iglesia y la historia secular?.
4
En respuesta a la Revolución cubana, y como consecuencia del fracaso del desembarco de Bahía Cochinos, el Presidente John F. Kennedy promovió, en 1961, la firma de la Carta de Punta del Este, que instituyó el Programa de la Alianza para el Progreso (en el seno de la OEA), con el propósito de fomentar el desarrollo económico y social en las Américas, con importantes asignaciones para promover programas de crecimiento en los diferentes países. Esto supuso una gran ayuda para todos, pero también una notable intromisión de los EE. UU. en las políticas nacionales.
5
Brasil y Bolivia, en 1964; Argentina, en 1966 (y, sobre todo, desde 1976); Perú, en1968; Ecuador, en 1972; Uruguay y Chile, en 1973.
6
En realidad, la presentación de los pobres como el lugar teológico desde el que se hace teología, o sea, como perspectiva particular desde la cual se reflexiona sobre la fe, implica un cambio del objeto formal motivo de la ciencia teológica y una revolución epistemológica.
Por ello, con una cierta ironía, Juan Carlos Scannone pudo preguntarse si la fe no llegaría demasiado tarde al quehacer teológico, si se asumía esa inversión metodológica.
Clódovis Boff ofreció en su tesis de 1976 (publicada en Brasil en 1984) la exposición más acabada de este giro copernicano. A la vista del curso que tomaban los acontecimientos, la invitación de Juan Luis Segundo proponiendo, en 1975, una «liberación de la teología» pudo parecer sensata a muchos teólogos, a pesar de su absoluta radicalidad.
7
Un caso reciente y notable, viniendo de un teólogo que siempre ha demostrado gran oficio y un conocimiento muy serio de la tradición teológica, es: José Comblin, Cristianos rumbo al siglo XXI. Nuevo camino de liberación, trad. española, San Pablo, Madrid 1997. El original brasileño data de 1996. Comblin denuncia una excesiva clericalización de la vida religiosa latinoamericana, frente a una piedad popular, sentimental y ayuna de doctrina, que sería la vía elegida por el pueblo cristiano para sustraerse del dominio hierocrático. Entre estas dos posibilidades históricas, endémicas en América Latina, Comblin propone una «tercera vía» entre el «implacable objetivismo del clero» y el «subjetivismo radical». Sería la «vía del humanismo cristiano», defendida —según nos asegura— por Pablo VI en su discurso de clausura del Vaticano II. Afirma, además, que su tercera vía se retrotrae, aunque con matices, a las propuestasde Erasmo de Rótterdam, que había buscado una solución de compromiso entre la posición romana y la rebelión luterana. La tercera vía de Comblin sería como revival de la «philosophia Christi» erasmiana. Sus juicios históricos se basan en los estudios de Marcel Bataillon,aunque obviamente van más allá de las pretensiones del hispanista francés. En todo caso, esa «vía media» sería la propuesta del primer Erasmo, anterior a la disputa con Lutero sobre la condición de la libertad humana, sostenida en 1524, que, como se sabe, enemistó para siempre al teutón con el flamenco, y decantó a éste último hacia posiciones «papalistas». Es obvio que la proposición de Comblin orilla la eficacia santificadora y evangelizadora de los sacramentos.
 

Definición de teología

TeologíaEl término teología tiene su origen en el latín theologĭa. Esta palabra, a su vez, proviene del concepto griego formado por theos (“Dios”) y logos (“estudio”). La teología es, de esta forma, la ciencia que se encarga del estudio de Dios y de sus atributos y perfecciones. Se trata de un conjunto de técnicas filosóficas que intentan alcanzar conocimientos particulares sobre las entidades divinas.
El término fue acuñado por Platón en “La República”. El filósofo griego lo utilizó para referirse a la comprensión de la naturaleza divina por medio de la razón, en oposición a la comprensión literaria. Más adelante Aristóteles adoptó el concepto con dos significados: la teología como la rama fundamental de la filosofía y la teología como denominación del pensamiento mitológico inmediatamente previo a la filosofía.
Para el saber teológico católico, el objeto de estudio directo es Dios. Sus criterios de verdad son la razón humana y la revelación divina, mientras que considera a la Iglesia como la comunidad de fe y de cristianismo. Por lo tanto, la Iglesia tiene el poder de establecer, de forma autorizada, los distintos criterios para la reflexión teológica.
La Iglesia católica considera que el saber teológico es racional (ya que la teología es una ciencia), cuyo objeto es dado por la revelación (la Palabra de Dios), que a su vez es transmitida e interpretada por la Iglesia.
La teología católica se funda sobre dos misterios: el Misterio Trinitario  (la doctrina cristiana que explica la existencia de un solo Dios en tres personas diferentes e identificables: Padre, Hijo y Espíritu Santo) y el Misterio Cristológico (la vida de Jesucristo, con su nacimiento, pasión, muerte y resurrección).

La verdadera espiritualidad

Introducción.

¿Qué es la verdadera “espiritualidad”? ¿Qué es ser “espiritual”? ¿ Cómo se es “lleno del espíritu”? ¿Qué implica el “bautismo en el espíritu”? ¿Cómo cristianos, logramos andar en el Espírtu? ¿Es posible vivir la verdadera espiritualidad, como nuevas criaturas, inmersas en nuestra realidad postmoderna hoy?
La vida de la humanidad ha estado marcada por una búsqueda de lo espiritual, de lo mágico, de lo religioso. Yo misma en estos momentos he elegido este tema por el interés que de forma natural tiene todo lo que se refiere a lo espiritual, tanto dentro del cristianismo como fuera de él.
Debido a que sobre este tema, muchos han planteado interrogantes, han formulando preguntas (más o menos filosóficas, más o menos teológicas),ha hecho que alrededor de este tema exista una inmensa nube de opiniones que a veces nos abruma y nos confunde.
Mi intención es interrogar a la Palabra de Dios y ver en ella los indicios que nos dirijan a entender que es la verdadera espiritualidad. Creo que en este camino hay que hacer algunas paradas obligatorias para llegar a un final lo más acertado posible.
Nos detendremos un momento en los significados y énfasis que existen sobre lo espiritual antes de Cristo, en el A.T. Después entraremos en la espiritualidad según la forma en que habla el N.T., cómo la entendió el mismo Jesús y después de él sus discípulos, deteniéndonos en el pensamiento paulino.
Puesto que los escritos paulinos no son estériles tratados de doctrina, sino cartas dirigidas a personas concretas, y éstas personas tenían su propia forma de ver la espiritualidad (tal vez distinta a la que tengo yo hoy), será importante tener en mente la introducción a los significados de “Espíritu” en el A.T y N.T, para centrarnos correctamente en los escritos paulinos. Voy a intentar basar mi argumentación con un apoyo escritural lo más completo posible, intentando respaldar cada argumento con una porción de las Escrituras, persiguiendo que sean las Escrituras las que nos hablen y no mis propias opiniones y prejuicios o las de otros autores, confiando en el poder de la Palabra de Dios para iluminar nuestras vidas, según sus promesas.
“Sin embargo, entre los que ya han alcanzado la madurez en su fe sí usamos palabras de sabiduría. Pero no se trata de una sabiduría propia de este mundo ni de quienes lo gobiernan … hablamos sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría secreta que él, desde la eternidad, ha tenido para nuestra gloria…“Dios ha preparado para los que lo aman cosas que nadie ha visto ni oído, y ni siquiera pensado.” Estas son las cosas que Dios nos ha hecho conocer por medio del Espíritu, pues el Espíritu lo examina todo, hasta las cosas más profundas de Dios … solamente el Espíritu de Dios sabe lo que hay en Dios. Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios, para que entendamos las cosas que Dios en su bondad nos ha dado.
Hablamos de estas cosas con palabras que el Espíritu de Dios nos ha enseñado, y no con palabras que hayamos aprendido por nuestra propia sabiduría. Así explicamos las cosas espirituales con términos espirituales.
El que no es espiritual no acepta las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son tonterías. Y tampoco las puede entender…Pero aquel que tiene el Espíritu puede juzgar todas las cosas…“¿Quién conoce la mente del Señor?...Sin embargo, nosotros tenemos la mente de Cristo.”

Espíritu: significado de rûa y pneuma

La palabra Espíritu proviene del hebreo rûa en el A.T, y del griego pneuma, en el N.T. Desde los tiempos más primitivos en el pensamiento hebreo\ tuvo diversos significados, todos aproximadamente de la misma importancia.
1. Viento, fuerza invisible, misteriosa, poderosa (Gn. 8.1; Ex. 10.13, 19; Pr. 25.23; Jer. 10.13), generalmente con connotaciones adicionales de potencia o violencia (Sal. 48.7; 55.8; Is. 7.2; Ez. 27.26).
“Aunque él fructifique entre los hermanos, vendrá el solano, viento de Jehová….”
“a su voz se produce muchedumbre de aguas en el cielo, y hace subir las nubes de lo postrero de la tierra; hace los relámpagos con la lluvia, y saca el viento de sus depósitos.”
2. Aliento, aire en pequeña escala (Gn. 6.17; Sal. 31.5; Ec. 3.19, 21; Jer. 10.14), la misma fuerza misteriosa vista como la vida y la vitalidad del hombre y también de los animales.
“Porque lo que sucede a los hijos de los hombres, y lo que sucede a las bestias, un mismo suceso es: como mueren los unos, así mueren los otros, y una misma respiración tienen todos; ni tiene más el hombre que la bestia; porque todo es vanidad.” Puede ser perturbada o activada en un sentido particular (Job. 21.4; Pr. 29.11; Jer. 51.17), puede ser dañada o disminuida (Sal.
143.7; Is. 19.3) y reanimarse nuevamente (Gn. 45.27; 1 S. 30.12). Es decir, la fuerza dinámica que constituye al hombre puede ir disminuyendo, hasta que desaparece con la muerte o puede aumentar en un momento dado, como si recibiese una inyección de vitalidad.
“Pero Jezabel su mujer se acercó a él, y le dijo: ¿Por qué está tu espíritu tan decaído que no comes?”
“Respóndeme pronto, oh SEÑOR, porque mi espíritu desfallece; no escondas de mí tu rostro, para que no llegue yo a ser como los que descienden a la sepultura.”
“También le dieron un pedazo de torta de higos y dos racimos de uvas pasas y comió, y su espíritu se reanimó; porque no había comido pan ni bebido agua en tres días y tres noches.”
3. Poder divino, donde se usa la palabra para describir ocasiones en que algunos hombres parece han sido arrebatados o sacados fuera de sí. No se trata de una mera oleada de vitalidad, sino de una fuerza sobrenatural que se hace cargo de la situación y de la persona. Como pasaba con los profetas y hombres de Dios del A.T. (Jue. 3.10; 6.34; 1 S. 11.6), el mismo espíritu divino era el que llevaba al éxtasis y a los discursos proféticos (Nm. 24.2;1S.10.6,10).
“Y el Espíritu del SEÑOR vino sobre Gedeón, y éste tocó la trompeta y los abiezeritas se juntaron para seguirle.”
“Y el Espíritu del SEÑOR vino sobre él con gran poder, y lo despedazó como se despedaza un cabrito, aunque no tenía nada en su mano; pero no contó a su padre ni a su madre lo que había hecho.”
“Entonces el Espíritu del SEÑOR vendrá sobre ti con gran poder, profetizarás con ellos y serás cambiado en otro hombre.”
No se trata de un conjunto de significados diferentes; más bien estamos ante un conjunto de significados en el que los diferentes sentidos o énfasis de la palabra se superponen en parte unos a otros.
Se supone por tanto que no existía una distinción inicial clara en el pensamiento hebreo entre\ el espíritu divino y el espíritu humano o antropológico, sino que pueden equipararse (Gn. 6.3; Job. 27.3).
“Entonces el SEÑOR dijo: No contenderá mi Espíritu para siempre con el hombre, porque ciertamente él es carne” “Escondes tu rostro, se turban; les quitas el aliento, expiran, y vuelven al polvo.”
En el fondo del término está la experiencia de un poder misterioso y tremendo—la fuerza invisible y portentosa del viento, el misterio de la vitalidad, el poder externo que transforma—todos ellos son espíritu\, y todos manifestaciones de energía divina.
Más tarde los significados espíritu humano, espíritu angélico o demoníaco, y Espíritu divino predominan y se diferencian más. Así, en el NT pneuma se usa casi 40 veces para denotar esa dimensión de la personalidad humana mediante la cual se hace posible una relación con Dios. (Ro.1.9; 8.16; 1Cor.5.3–5; 1Ts.5.23).
“El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios.”

El Espíritu en la enseñanza y el ministerio de Jesús

En el judaísmo antiguo, de la época de Jesús, se acostumbraba a pensar en Dios como un Dios distanciado del hombre, el Santo Dios trascendente, elevado y sublime, que mora en la gloria inaccesible. De ahí viene el temor a pronunciar ni siquiera el nombre divino, y la tendencia a utilizar el lenguaje figurado: el nombre, ángeles, la gloria, la sabiduría, etc., distintas formas de hablar sobre la actividad de Dios en el mundo sin poner en peligro su Santidad por nuestras palabras.
En los primeros tiempos “el Espíritu” era una de las formas principales de hablar acerca de la presencia de Dios, de que el Espíritu del Señor es la presencia misma de Dios en medio de su pueblo, guiando y protegiendo, (Isaías 63:11-12) “Entonces su pueblo se acordó de los días antiguos, de Moisés. ¿Dónde está el que los sacó del mar con los pastores de su rebaño? ¿Dónde está el que puso su santo Espíritu en medio de ellos, el que hizo que su glorioso brazo fuera a la diestra de Moisés, el que dividió las aguas delante de ellos para hacerse un nombre eterno”.
Pero ahora falta también esa conciencia de la presencia divina. El Espíritu, entendido principalmente como el Espíritu de la profecía, estuvo activo en el pasado (inspirando al profeta y la Torá) y sería derramado en el nuevo pacto, pero en ese momento, las referencias al Espíritu se habían visto sometidas totalmente a la Sabiduría, al Logos, y a la Torá, y, en particular con los rabinos, la Torá se estaba volviendo más y más en el centro exclusivo de la vida y autoridad religiosa.
En este contexto del legalismo de la letra y la ley, después de años de silencio, Juan el Bautista produjo bastante conmoción. Él mismo no afirmaba que tuviese el Espíritu, pero se aceptaba que era profeta y por ello, que estaba inspirado por el Espíritu de la profecía y como dirá Lucas, lleno del Espíritu, “…no beberá ni vino ni licor, y será lleno del Espíritu Santo aun desde el vientre de su madre…E irá delante de El en el espíritu y poder de Elías…”.
Su mensaje era impactante, proclamaba que el derramamiento del Espíritu era algo inminente: 
"el que venía habría de bautizar en Espíritu Santo y en fuego (Mt. 3.11)".
Voy a detenerme un momento en este pasaje ya que algunos defienden con él, un doble bautismo del Espíritu, el primero con la regeneración, el nuevo nacimiento cuando confesamos a Jesús como Señor y Salvador. El segundo bautismo ocurriría después, en fuego, en el fuego del Espíritu, cuando el creyente es “revestido de poder”, experimentando la llenura del Espíritu, y se manifiesta en hablando en lenguas, considerando la experiencia de “fuego” en Pentecostés (Hch.2:3).
Existía un rito judío característico de bautizar en agua: el acto de empapar o sumergir en agua era figura de una experiencia sobrecogedora a manos de un Espíritu ardiente. Había de ser una experiencia de juicio. Es interesante ver el contexto de las palabras de Juan, y a quiénes las refiere, hay un énfasis bastante esclarecedor, particularmente en lo relativo al fuego en Mateo 3:7-12 “Pero cuando vio que muchos de los fariseos y saduceos venían para el bautismo, les dijo: ¡Camada de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira que vendrá?...Y el hacha ya está puesta a la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado al fuego…Yo a la verdad os bautizo con agua para arrepentimiento, pero el que viene detrás de mí es más poderoso que yo, a quien no soy digno de quitarle las sandalias; El os bautizará con el Espíritu Santo y con fuego…El bieldo está en su mano y limpiará completamente su era; y recogerá su trigo en el granero, pero quemará la paja en fuego inextinguible.” , pero no necesariamente destructivo en forma total; el fuego podía purificar tanto como destruir (Mal.3:2s). No era por lo tanto extraño ni sorprendente que Juan formulara la idea del ingreso en el nuevo pacto por inmersión en una corriente ardiente que habría de destruir a los malvados y purificar a los que se arrepientan.
Jesús creó una conmoción aun mayor, porque afirmó que la nueva era, el reino de Dios, no era sólo inminente sino que ya se estaba cumpliendo con su ministerio. Esto hacía pensar claramente que el Espíritu escatológico, el poder del fin, ya había entrado en acción por medio de él en forma palpable, única y real, tal y como lo demostraban sus exorcismos, liberaciones, sanidades, y milagros.
También se hacía patente por su proclamación de las buenas noticias a los pobres (Mt. 5.3–6) que es reflejo de Is. 61.1s. Los evangelistas, naturalmente, no tenían ninguna duda de que todo el ministerio de Jesús se había llevado a cabo en el poder del Espíritu desde el primer momento ya en su nacimiento. Para Mateo y Lucas este obrar especial del Espíritu en y a través de Jesús comienza desde su concepción virginal y con su nacimiento que en los primeros capítulos del evangelio de Lucas, es anunciado por una explosión de actividad profética que proclama el comienzo del fin de la era antigua. Pero los cuatro evangelistas concuerdan en que en el Jordán Jesús experimentó una forma de capacitación especial para su ministerio, un ungimiento que evidentemente estaba unido a su identidad de Hijo de Dios; en consecuencia, en las tentaciones estaba en condiciones de sostener esa convicción, y de definir lo que implica esa identidad de Hijo, sostenido por ese mismo poder (Mt. 4.1, 3s).
El enfoque de Jesús en su mensaje fue claramente diferente al de Juan, no sólo en su proclamación del reino de Dios como algo presente, sino en el carácter que le atribuía a ese reino que se había acercado. Veía su ministerio de forma más positiva, de buenas noticias cargadas de mayor sentido de bendición que de juicio. Cuando ve que se acerca el final de su ministerio terrenal, evidentemente hablaba de su muerte en términos probablemente tomados de la predicación del Bautista (Lc. 12.49–50, bautismo y fuego), probablemente viendo su propia muerte como el padecimiento de las angustias mesiánicas predichas por Juan, como el derramamiento de la copa de la ira de Dios (Mr.10.38s). También habló de la promesa del Espíritu (es interesante la forma verbal presente “mora con…” frente a la futura “estará en…”, formulada en forma de promesa) para sostener a sus discípulos cuando ellos a su vez experimentasen pruebas y tribulaciones.
“Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros.” IV. El Espíritu en el N.T.
Los principales escritores neotestamentarios están de acuerdo en cuanto a la doctrina acerca del Espíritu de Dios, pero con enfoques distintos.

El don del Espíritu marca el comienzo de la vida cristiana

En Hechos el derramamiento del Espíritu en Pentecostés es el momento en que los discípulos experimentaron por primera vez “los postreros días” por si mismos, la venida del Espíritu Santo sobre los creyentes tenía un sentido escatológico que constituía el sello de una nueva era, el momento en que su fe plenamente cristiana tuvo su comienzo. De modo que en Hechos de los Apóstoles 2:38 “Y Pedro les dijo: Arrepentíos y sed bautizados cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de vuestros pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo.” , la promesa del evangelio a los primeros interesados se centra en el Espíritu, como también en otras situaciones en las que el evangelio es predicado, el énfasis recae sobre la recepción del Espíritu, lo que evidentemente se considera como el elemento clave que pone de manifiesto la aceptación por Dios de la persona que responde a su mensaje de salvación.
“…les enviaron a Pedro y a Juan, quienes descendieron y oraron por ellos para que recibieran el Espíritu Santo, pues todavía no había descendido sobre ninguno de ellos; sólo habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces les imponían las manos, y recibían el Espíritu Santo.”
En Pablo el don del Espíritu es el comienzo de la experiencia cristiana “Esto es lo único que quiero averiguar de vosotros: ¿recibisteis el Espíritu por las obras de la ley, o por el oír con fe?” , otra forma de referirse y explicar la nueva relación de justificación “…pero fuisteis justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios.”
Dicho de otra forma, no se puede pertenecer a Cristo a no ser que se tenga el Espíritu Santo (Ro. 8.9), no se puede estar unido a Cristo si no es por el Espíritu (1 Co. 6.17), no se puede compartir la herencia de Cristo como Hijo si no se comparte su Espíritu (Ro. 8.14–17; Gá. 4.6s), no se puede ser miembro del cuerpo de Cristo (la iglesia local) si no se es bautizado en el Espíritu (1 Co. 12.13).
De la misma forma, en el evangelio de Juan el Espíritu de lo alto es el poder que realiza el nuevo nacimiento (Jn. 3.3–8), por cuanto el Espíritu es el que da vida, es el aliento de vida de la nueva creación. Y la presencia del Espíritu es una de las “pruebas de esa nueva vida” (1Jn.4.13).
Es importante comprender que para los primeros cristianos el Espíritu se concebía en función de poder divino claramente manifestado por sus efectos en la vida del receptor. El impacto del Espíritu no dejaba al individuo o al observador en duda acerca de un cambio palpable y significativo que se había sucedido en él mediante la intervención divina. Muchas veces Pablo reconduce a los lectores de sus cartas a la experiencia inicial que tuvieron con el Espíritu. Para algunos había sido una experiencia sobrecogedora del amor de Dios (Ro. 5.5); para otros de gozo (1 Ts. 1.6); para otros de iluminación (2 Co. 3.14–17), o de liberación (Ro. 8.2; 2 Co. 3.17), o de transformación moral (1 Co. 6.9–11), o de diversos dones espirituales (1 Co. 1.4–7; Gá. 3.5). En Hechos la manifestación del Espíritu que se menciona más frecuentemente es la de hablar bajo el Espíritu, hablar en lenguas, profetizar y alabar, predicar con denuedo la palabra de Dios (Hch. 2.4; 4.8, 31; 10.46; 13.9–11; 19.6). Es por ello que la presencia del Espíritu como tal en la persona, puede señalarse como la característica que define o debiera definir al cristiano (Ro. 8.9; 1 Jn. 3.24; 4.13), y que la pregunta de Hechos de los Apóstoles 19:2 “¿Recibisteis el Espíritu Santo cuando creísteis? Ellos le dijeron: -Ni siquiera habíamos oído que hubiera Espíritu Santo ....” merece una respuesta directa como la que se da en Gálatas 3:2s: “Esto es lo único que quiero averiguar de vosotros: ¿recibisteis el Espíritu por las obras de la ley, o por el oír con fe?...El justo por fe vivirá.”
Podemos afirmar por tanto que una persona cuando cree recibe el Espíritu Santo. No depende del cumplimiento de ningún mandamiento de la ley, sino el Espíritu viene a morar a la vida de un creyente al oír con fe el mensaje de salvación de Cristo.
El Espíritu como tal puede ser invisible, pero su presencia puede ser fácilmente detectada (Juan 3:8).
El don del Espíritu no era, por tanto, simplemente una deducción consecuencia del bautismo o la imposición de manos, sino un acontecimiento sumamente real para los primeros cristianos. Hechos, Pablo, y Juan hablan de muchas experiencias del Espíritu, pero no de una segunda o tercera experiencia del Espíritu claramente indicada como tal. Pentecostés no fue una segunda experiencia del Espíritu para los discípulos, sino su bautismo en el Espíritu para ingresar en la nueva era (Hch. 1.5 ), el nacimiento de la iglesia y su misión.
Los intentos de armonizar los pasajes de Jn. 20.22 y Hch. 2 a un nivel histórico directamente podrían ser erróneos, ya que el propósito de Juan puede ser más teológico que histórico, es decir, el de destacar la unidad teológica de la muerte, resurrección, y ascensión de Jesús, con el don del Espíritu y la misión. De modo semejante en Hch. 8, por cuanto Lucas no concibe la venida del Espíritu de un modo silencioso o invisible, el don del Espíritu en 8.17 es para él la recepción inicial del Espíritu (8.16, “solamente habían sido bautizados en el nombre de Jesús”). Lucas, más aun, parecería sugerir que su fe anterior no podía considerarse como entrega a Cristo o confianza en Dios (8.12—“creyeron a Felipe”—como descripción de la conversión no tendría paralelo en Hechos).

El Espíritu como el poder para la nueva vida

Según Pablo, el don del Espíritu es también un comienzo que anticipa un cumplimiento final (Fil. 1.6), el comienzo y el primer paso de un proceso de transformación a la imagen de Cristo, que dura toda la vida y que sólo logra su perfección total en la resurrección del cuerpo.
Por consiguiente, para el creyente la vida es diferente de lo que era antes de comenzar a andar en el camino de la fe. Su vida diaria se convierte en la forma que tiene de responder al Espíritu, capacitado para ello por el poder de ese mismo Espíritu.
“…que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. Los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu. El ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz,…Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, son hijos de Dios.” “ Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu.”
Para Pablo esta era la diferencia básica y decisiva entre el cristianismo y el judaísmo rabínico. El judío vivía por la ley, lo que el Espíritu había revelado en generaciones pasadas, plasmado en letra en la ley. Esta actitud conduce inevitablemente a la inflexibilidad, por cuanto la revelación del pasado no es siempre inmediatamente apropiada para las necesidades del presente. Pero el Espíritu produce el que se pueda dar de forma inmediata la relación personal con Dios, lo cual da cumplimiento a la antigua esperanza de Jeremías, y que hizo que la adoración y la obediencia resultaran mucho más libres, vitales, y espontáneas.
“Vienen días, dice Jehová, en los cuales haré un nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá. No como el pacto que hice con sus padres … este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Pondré mi ley en su mente y la escribiré en su corazón; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Y no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: “Conoce a Jehová”, porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande…” “No es judío el que lo es exteriormente, ni es la circuncisión la que se hace exteriormente en la carne, sino que es judío el que lo es en su interior, y la circuncisión es la del corazón” “porque por medio de él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre.”
Al mismo tiempo, en razón de que el Espíritu es sólo un comienzo de la salvación final en esta vida,no puede haber cumplimiento final de su obra en el creyente mientras dure esta vida. El hombre del Espíritu ya no depende de este mundo y sus normas para orientar su vida y obtener satisfacción y complacencia, pero sigue siendo persona de deseos, fragilidad y debilidad humana. Todavía forma parte de la sociedad humana. Por lo tanto, y haciendo eco de los postulados platónicos-cristianos, tener el Espíritu es experimentar tensión, oposición y conflicto entre la vida vieja y la nueva, entre la carne y el Espíritu (Ro. 7.14–25; Gá. 5.16s). A los que veían la vida característica del Espíritu en función de visiones, revelaciones, y cosas semejantes, Pablo les respondió que la gracia adquiere su expresión plena sólo en la debilidad, y gracias a ella (2 Co. 12.1–10; Ro. 8.26s). “Te basta mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad… Por eso me complazco en las debilidades, en insultos, en privaciones, en persecuciones y en angustias por amor a Cristo; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte”.
Lucas y Juan dicen poco acerca de otros aspectos de la vida progresiva del Espíritu de los que creían en Jesús.
“Entonces las iglesias…eran edificadas, andando en el temor del Señor, y se acrecentaban fortalecidas por el Espíritu Santo.” , y en cambio centran la atención particularmente en la vida del Espíritu, en cuanto dirigida hacia la tarea misionera (Hch. 7.51; 8.29, 39; 10.17–19; 11.12). El Espíritu es ese poder que da testimonio de Cristo (Jn. 15.26; Hch. 1.8; 5.32).

El Espíritu de comunidad y de Cristo

Un rasgo distintivo del Espíritu del nuevo nacimiento en la gracia, es que forma parte de la experiencia de todos, y que obra a través de todos, no sólo de unos pocos.
En la enseñanza de Pablo es sólo esta participación en común, en el mismo y único Espíritu lo que hace que un grupo de individuos independientes y diversos constituyan un cuerpo. Y es sólo en la medida en que cada uno permite que el Espíritu tenga expresión en palabra y en hecho como miembro del cuerpo que ese cuerpo va adquiriendo madurez en Cristo.
“procurando mantener la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz: un solo cuerpo y un solo Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación;…hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, al hombre perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo.”
Es por ello que Pablo alienta la libre expresión de toda la gama de dones del Espíritu,“Pues así como en un cuerpo tenemos muchos miembros, pero no todos los miembros tienen la misma función, así nosotros, que somos muchos, somos un cuerpo en Cristo e individualmente miembros los unos de los otros. Pero teniendo dones que difieren, según la gracia que nos ha sido dada, usémoslos” e insiste en que la comunidad ponga a prueba toda palabra y acto que pretenda tener la autoridad del Espíritu.
“No apaguéis el Espíritu; no menospreciéis las profecías. Antes bien, examinadlo todo cuidadosamente, retened lo bueno; absteneos de toda forma de mal.”
Se destacan estos mismos aspectos paralelos en torno a un culto que está determinado por la dependencia inmediata en el Espíritu más que del lugar. Esto significa que Jesús está presente ahora en el creyente sólo en el Espíritu, y mediante ese Espíritu , y que la señal del Espíritu es tanto el reconocimiento de la posición actual de Jesús (1 Co. 12.3), como la reproducción en el creyente de los rasgos que corresponden a su carácter de Hijo, como también los de su vida de resurrección.
“Pero si el Espíritu de aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el mismo que resucitó a Cristo Jesús de entre los muertos, también dará vida a vuestros cuerpos mortales por medio de su Espíritu que habita en vosotros” “Amados, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que habremos de ser. Pero sabemos que cuando El se manifieste, seremos semejantes a El porque le veremos como El es.”

Llenos del Espíritu

Pablo presenta la opción de nueva vida en el Espíritu introduciendo un elemento de comparación, la ebriedad o exceso de bebida. Resulta llamativa la comparación ya que podía haberse referido de forma directa. Es posible que utilice este símil debido a que nada caracterizaba más la vida pasada de estos creyentes que la ebriedad, y el llenarse de vino. La mayoría de sus contemporáneos todavía vivían en ese estilo de vida de borracheras y excesos. Sin embargo ahora son personas nuevas con vidas y comportamientos nuevos, en el Espíritu.
Existe una cierta similitud paralela en ambos estados y estilos de vida. (Hchos.2:12-16). Cuando uno se emborracha pierde el dominio de sí mismo, actúa, habla y piensa bajo los efectos del alcohol que le domina, apoderándose de su cuerpo y su mente. Lo mismo debería pasarnos a nosotros como nuevas personas, llenas del Espíritu, controlados en nuestra forma de hablar, actuar y obrar, donde no podamos ocultar a los demás que estamos “bajo los efectos del Espíritu” que se ha apoderado totalmente de nosotros y ya no somos los mismos.
Somos capaces de hacer y decir cualquier cosa, la alegría y el gozo son consecuencias comunes también a ambos estados “Tú diste alegría a mi corazón. Mayor que la de ellos cuando abundaba su grano y su mosto.”
Podemos concluir por tanto que esta exhortación a ser llenos del Espíritu, nos recuerda, con una imagen cercana, que nuestra forma de vida debe estar dominada no por los cánones de nuestra sociedad actual (el viejo hombre) sino según las características del reino (la nueva creación en Cristo). Jesús afirmó que los frutos nos sirven para conocer a las personas, es decir, que lo que uno es, lo que lleva dentro, eso mismo sale fuera. Lo que la gente manifiesta exteriormente nos habla claramente de lo que hay en el interior.
El fruto del espíritu es por tanto la muestra inequívoca, la evidencia de que somos espirituales, que vivimos y andamos en el espíritu. Por si queda alguna duda, Pablo en su carta a los gálatas lo aclara no solo explicando lo que es y en que consiste, sino también dando una lista antagónica, lo que no es. Habla sobre el conflicto entre el Espíritu y la carne, y describe el fruto de ambos, en especial el fruto del Espíritu en la vida cristiana.
“…Andad por el Espíritu, y no cumpliréis el deseo de la carne. Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne, pues éstos se oponen el uno al otro, de manera que no podéis hacer lo que deseáis… Ahora bien, las obras de la carne son evidentes, las cuales son: inmoralidad, impureza, sensualidad, idolatría, hechicería, enemistades, pleitos, celos, enojos, rivalidades, disensiones, sectarismos, envidias, borracheras, orgías y cosas semejantes, contra las cuales os advierto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios.
Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio propio… Pues los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y deseos.
Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu.”
Opino sinceramente que aquellas cosas con las que llenamos nuestro corazón, llenan también irremediablemente nuestra vida. Tanto si lo hacemos con envidias, celos, enemistades, alcohol,… como si lo hacemos con bondad, fe, mansedumbre,… se verá. Debemos esforzarnos en vivir en el espíritu, que como señalábamos en el punto anterior, se ejercita en el trato con el prójimo, la espiritualidad es vivida de forma palpable y real en comunidad.
“No os dejéis engañar, de Dios nadie se burla; pues todo lo que el hombre siembre, eso también segará.
Porque el que siembra para su propia carne, de la carne segará corrupción, pero el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna.
Y no nos cansemos de hacer el bien, pues a su tiempo, si no nos cansamos, segaremos.
Así que entonces, hagamos bien a todos según tengamos oportunidad, y especialmente a los de la familia de la fe.”

Definiciones breves

Una buena forma de concluir, concretar, clarificar, y resumir lo expuesto creo que sería exponer los conceptos principales que tienen que ver con algunas de las obras que el Espíritu Santo realiza en la vida del creyente.

Regeneración

Es el acto divino de dar vida eterna. Es el nuevo nacimiento. Sucede en un momento concreto de la vida de la persona cuando esta acepta su condición de muerte espiritual por causa del pecado y acepta a Jesucristo, recibiendo vida. Pasamos a ser espiritualmente vivos.

Sello del Espíritu

Es la prueba, garantía o señal de que el creyente disfrutará de su herencia eterna con Cristo. En Efesios 1:13 se describe a los cristianos de como “sellados con el Espíritu Santo de la promesa”; han recibido un anticipo de lo que llegarán a ser en la eternidad. De forma parecida hace una mención al Espíritu Santo en Ef. 4.30, donde en el curso de una exhortación al observar un comportamiento semejante al de Cristo, sigue la frase aclaratoria, “con el cual fuisteis sellados para el día de la redención”; mientras que en 2 Co. 1.21s se describe a los creyentes como “ungidos” por Dios, el que también “nos ha sellado” y nos ha dado el Espíritu Santo como garantía eterna. Etimológicamente hace referencia a la paga y señal como garantía entre dos personas de que lo pactado se llevaría a término según lo hablado. En nuestro país los novios intercambian anillos para simbolizar el compromiso de que los novios se entregerán el uno al otro en la boda futura. En este caso el Espíritu Santo en sí mismo es esa señal, prueba, o garantía, no solo nos sella, sino que él es el sello.

Bautismo del Espíritu

Es el acto divino por el que somos incorporados al cuerpo de Cristo la Iglesia .Sucede en el momento de la conversión, al creer en Jesús, siendo unidos en un solo cuerpo , que es edificado con los dones que el Espíritu reparte como quiere, al creyente para que sean puestos al servicio de la Iglesia . Es para todos los creyentes sin excepción.

Morada del Espíritu

Es la presencia permanente del Espíritu Santo en la vida del creyente , de forma que ya no viene y va como en el A.T sino que ahora está de forma continua.

Llenura del Espíritu

Proceso continuo de sometimiento y entrega constante a Dios, dejándole que controle cada área de nuestra vida, en obediencia a su Palabra y bajo la guía de Espíritu, en una actitud que nos acerca a la dependencia de Dios en nuestra vida.

Conclusión

La vida cristiana comienza con el hecho de aceptar a Cristo como Salvador y Señor, recibiendo el Espíritu Santo en nosotros. Ahora bien, tras nuestro nuevo nacimiento espiritual, lo más importante no es simplemente que soy hijo de Dios y tengo vida eterna, ese es solo el primer paso. El nuevo nacimiento es el comienzo, lo realmente definitivo y relevante es VIVIR UNA VIDA ABUNDANTE.
La verdadera espiritualidad: un nuevo estilo de vida.
La verdadera espiritualidad. Creo que va más allá de una “lista de cosas” que no podemos hacer y otra de cosas que debemos practicar. Es más debiéramos deshacernos de tabúes y “listas”, para tener vidas más fáciles y ligeras, si logramos liberarnos de una mentalidad legalista superficial, podremos vivir con mayor profundidad espiritual. Al mismo tiempo acabamos cumpliendo mucho de lo que dice una supuesta "lista" pero movidos no por el legalismo y la superficialidad, sino por amor genuino, que brota de una profunda y sobrecogedora libertad espiritual . Una vida interior espiritual, genuina y saludable, libre de ataduras da como resultado una vida exterior diferente, una vida movida por AMOR a Dios y al prójimo, andando en el espíritu, libres de pecado, viviendo bajo los valores del reino de Dios, donde el que sirve es el mayor, donde el pobre, el necesitado, el marginado es feliz, esa es la verdadera espiritualidad. El fervor espiritual me lleva a adorar a Dios en la realidad de la vida diaria con mis semejantes y con mi Señor. Tomar mi cruz cada día y seguir a mi Maestro, identificarme con el proyecto de vida de Cristo.
Quizás nuestro mayor reto después sea dejar las tradiciones religiosas y abrirnos a la experiencia cristiana que se encuentra en Dios, en su Palabra. Tener el coraje y la valentía de disfrutar de la fe, del culto, la adoración, la meditación, la vida de oración, el estudio de las Escrituras, el servicio a otros, la comunión y la misión tanto a nivel individual como comunitario. Reinterpretar el evangelio y mi propia vida desde la propia experiencia del Espíritu y la Palabra. Creo en una teología, que indudablemente es racional, pero que en mi vida no se conforma meramente con pensar o hablar en términos doctrinales correctos de Dios. En racionar sobre Él.
Apuesto por una verdadera espiritualidad que cuente con lo interior, enraizada en una experiencia de fe en Dios dinámica, viviente y en continuo crecimiento. Una experiencia que indiscutiblemente debe ser vivida en comunidad y a la vez en la privacidad de una intimidad personal con Dios. Vivir en el espíritu, una vida espiritual, siempre tiene como sujeto principal a una persona concreta, no se concibe como algo abstracto, sino como algo personal, subjetivo y singular.
Tengo la firme convicción de que el nuevo nacimiento, la nueva creación en Cristo, esa nueva naturaleza espiritual que nos es dada, envuelve la totalidad de lo que somos, cuerpo, alma (entendiendo esta como fuente de las emociones , en las que está asociada con la voluntad y la acción moral) y espìritu. “Que el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser—espíritu, alma y cuerpo— sea guardado irreprensible…”.
En cuanto a cómo he vivido yo la experiencia de mi conversión, mi nuevo nacimiento y mis pasos en el camino hacia la madurez y plenitud en Cristo, decir que, para mi, significa no solo actuar conforme a leyes de amor y solidaridad (que creo que muchos practican aun sin tener el Espíritu Santo, incluso negando a Dios), sino que también afecta mi mente, comprendiendo las cosas espirituales encerradas en la revelación de Dios, afecta mi corazón, mis sentimientos, reconociendo la facilidad de manipulación que tienen nuestras emociones), siendo capaz de sentir en lo más profundo de mi ser ríos de agua viva, fuego abrasador que me hace vibrar, capaz de elevar mi mente y mi corazón de la vanidad del mundo al entonar con mi voz una alabanza al Señor, un canto de adoración, o un momento de oración. Rendirme, quebrantado, bañado en lágrimas, movido a misericordia al ver aquellos que sufren y mi propio sufrimiento y pecado. Afecta también mi voluntad siendo capaz de enfrentar luchas y adversidades por amor a Dios y a su obra. Sin caer en el extremismo de concebir la experiencia mística- sensorial, como el único y más preciado don que tiene o debe tener el creyente, creo que debemos aceptar que una vida equilibrada en Dios, una vida de verdadera espiritualidad, recorre el camino del conocimiento profundo de Dios, no solo el camino de sensaciones, pero sin renunciar a éstas y mucho menos negarlas. No debemos enmudecer o fraccionar parte de nuestro ser, movidos por nuestros prejuicios.

Fuente: http://teologia.com
1ro Marzo 2010

Practica I

1-) ¿Qué se espera de la lectura?
Conocer a Jesús, Mas a fondo, Porque él era humano que sentía y padecía, Igual que nosotros.

2-) ¿Criterio de Jesús Higüeyano?
Fuera un Jesús altanero, prepotente como son hoy en día las autoridades.

3-) ¿Qué es el reyno de vida?
El reyno de vida es vivir, es la realidad, osea, vivir el momento. Y entender que un día ese reyno dejará de existir.

4-) Para ti: ¿La Verdad es o no Cristo?
Sí, Cristo es la verdad; Solo a través de él vivimos por siempre; Con él y a través de él obtendremos vida eterna y llegaremos al padre, nuestro padre Jehová.

5-) ¿Cuál es tu Teología?
Mi Teología es la Cristiana porque creo fielmente en Jesús, Creo en la filosofía cristiana, Creo en el ministerio o predica de Jesús. Solo a través de sus enseñanzas podemos estudiar la verdad sobre nuestro Dios.

Hablar Sobre Jesús y su Existencia.

Hablar de Jesús y su existencia o no es algo bastante complejo y muy sujetivo, ya que dada las circunstancias y limitaciones de la época en que vino Jesús a nuestro mundo, es muy difícil conservar las pruebas tangibles hoy día. Sin embargo, así como sabemos de la existencia de Poncio Pilato, Herode, Julio Cesar y otros, así también la historia nos narra la existencia del hombre más grande de todos los tiempos que fué y es Jesús de Nazaret.

No podemos olvidar, que por ser Jesús una figura de tanta trascendencia y dada el auge de las letras y filosofía en la época medieval, hubo tantas posiciones encontradas respecto al Jesús real o al Jesús histórico desde los apóstoles de la iglesia hasta San Agustín y, desde San Agustín hasta nuestros días hay quienes postulan a favor o en contra de la existencia de Jesús y su ministerio.

Lo Cierto es que cada tratadista ha enfocado su estudio sobre Jesús, desde su óptica, desde su percepción, lo ha ubicado en su propio criterio, periodo, etapa; lo ha definido con forme a su capacia, creencia y dogma. Hay quienes lo han imaginado como personaje irreal y otros como una realidad divina, que vino como hijo ingénito a salvar este pervertido mundo, Yo me inscribo en la ultima parte, creo en Jesús y creo en Dios todopoderoso, creo que Jesús conjuga todo lo divino, la teología.

Victorina Lappost
2004-1198

Teología - Teología

Clase de los lunes a las 8:15 25/01/10

Teología - Teología



Dios ha tomado la palabra, y ha hablado, la revelación de Dios que toma la iniciativa, como bien hemos aprendido, que la biblia dice no se mueve una hoja de un arbol, si dios no dá la autoridad, y todo lo que somos, y hacemos es porque el lo permite.

La Fé: debemos siempre hablar con Dios por medio de la oración. Si pedimos con fé, el nos escucha, actua y nos dá lo que con fé hemos pedido.

El cristianismo: se desarrolla como acontecimiento, y como doctrina. El capitulo 3 de juan verciculo 16 dice: De tal manera amo Dios al mundo que entrego su hijo unigénito, y lo hiso para darnos a nosotros la salvación.

Saber: Impone un conocimiento de los datos analíticos de todo.

Creer: Impone adhesión y entrega al amor de Dios con union interpersonal con el padre, el hijo con la claridad del espiritu santo

La teología: es un concepto estricto que significa estudio sobre Dios o sobre las cosas de Dios.

Es la ciencia que estudia la divinidad. uno de los principales exponentes fué San Agustin quien lo hace a travez de su tratado de filosofia cristiana.

La Teología segun los padres de las iglesias

El estudio de la teología como tal viene hasta nuestros dias mediante los tratados hecho por
Justino, Atenágora, Eusebio, Orígenes, entre otros. Estos expusieron sus criterios acerca del conocimiento de Dios como ser supremo, y distinguieron entre los atributo o virtudes concediddos por Dios a los hombres; establecieron el uso del sustantivo teología para designar la ciencia que estudia todo sobre la divinidad.


Nombre: Victorina Lappost (Marisol)
Matricula. 2004-1198